Sunday, September 11, 2011

Otro trote espiritual: Fiskars en Finlandia.

Gracias a mi trabajo, a veces aprovecho alguno de los viajes para madrugar, trotar y conocer un poco el entorno que visito, ya que habitualmente por mucho que parezca, las visitas se limitan a un trayecto desde el aeropuerto hacia una zona industrial, cerrando el triángulo con el hotel.

Esta semana pasada visité Finlandia y el rato de trote fué muy especial, de esos que te hacen sentirte vivo. Os cuento un poco. Aterricé en Helsinki, donde me recogieron y llevaron hasta un precioso pueblo llamado Fiskars, situado a unos 90 km hacia el Noroeste de Helsinki. Durante el trayecto, aprecié en primer lugar el poco tráfico que había, y la gran cantidad de flora y naturaleza que rodea este precioso país.


Increibles sendas, rodeadas por una vegetación increible.

Al entrar en la autopista empezamos a ver señales de precaución por posible cruce de renos. Cuando pregunto qué tipo de renos son, me explican que son unos bichos que pueden llegar hasta 700 kgs y que las patas superan a veces la altura del techo del coche, por lo que un choque con un animalito de estos te puede dejar en el sitio. Según seguimos avanzando, voy descubriendo pequeñas sendas que se van introduciendo por los bosques y que me encantaría poder recorrer. Al menos me atrevo a preguntar si sería peligroso por la fauna, correr por el medio del bosque. El amigo Timo, me indica que los únicos animales que me podría encontrar por el bosque serían osos y lobos, pero que son mucho más miedosos que yo y que seguramente al oirme saldrían corriendo. Me quedo más tranquilo. (Su prima la escocesa, no veas).

Con el plan ya más o menos trazado en mi cabeza, aprovecho tambien para averiguar si la temperatura del agua está muy fría y me indica que no debería estar a menos de 17ºC. Echándo un poco cálculos de las temperaturas de la playa de San Juan, el río Zumeta y la Poza Reina, creo que está bastante fría, pero que podría resistirlo.

Tras aproximadamente una hora y media llegamos al pueblecito donde me hospedaré una sóla noche, ya que al día siguiente regreso a España. El pueblo es precioso, Fiskars, y el hotel, muy rural y el más antiguo que todavía funciona de todo el país. Me alojo en la habitación y en seguida me reuno con las personas con las que cenaría. Increible comida y cordialidad de la gente finesa. Tras la cena y al haber observado un poco la zona y haber preguntado, preparo la estrategia de la mañana siguiente. Tendré una hora para recorrer el pueblo, bosque, ruta botánica y río hasta llegar al pantano.

A las 7 de la mañana salgo del hotel recorriendo en primer lugar una ruta botánica preciosa por medio del bosque de aproximadamente dos kilómetros. Voy pasando junto a unas casas increibles, donde se respira ambiente muy familiar. Bicicletas de todas las tallas y colores simplemente apoyadas sobre un tronco de madera, sin ningún tipo de candado o similar. Desde allí llego al pueblecito donde voy recorriendo todos los edificios singulares que datan sobre todo de finales del siglo XIX. En las fotos podréis observar algunos de ellos.


 Setas de todos los tipos y tamaños.

 Senda marcada por las rocas. ¿Me estarán esperando los osos y lobos?

 Llueve sobre mojado.
 Antigua máquina de tren en Fiskars.

 Antiguo parque de bomberos de Fiskars.

 La torre del reloj del pueblecito.

 Menudo rinconcito para perderse.

 Oficinas construidas en 1888.
 Fiskars es famoso por fabricar herramientas, tijeras,.... Aquí un cartel de una exposición.

 Entrada a la antigua fábrica de herramientas.

 Precioso molino de madera en el río.

 Más que el finlandés, yo me hice un poco el sueco.

Gran productor de madera, pero de forma muy controlada. Imborrable el olor.

 Parada de autobús para refugiarse del frío y con multitud de anuncios.

Al fondo el pantano, otro de los objetivos.

Tras pararme a fotografiar dichos edificios y sobre una fina lluvia que me acompaña casi todo el recorrido, me dirijo hacia el río camino de otro de mis objetivos, el pantano.

Me acuerdo de todo el mundo en este rato tan mágico. Hay detalles para todos, desde un precioso parque infantil hecho todo de madera, hasta las sendas que cualquiera de los locos por el monte matarían por recorrer. Cuando llevo unos 45 minutos, encuentro el rincón donde despojarme de toda la ropa y mochila y zambullirme en aguas muy frías y un poquito oscurita. La bañá finlandesa dura sólo 5 segundos, pero se graba para siempre.


No es el cabo, pero....

A partir de ahí, otro momento mágico. Los 15ºC ambientales me parecen perfectos para volver hasta el hotel sólo con mi pantalón, mis pies y mi torso completamente despojados, dejando que ese aire escandinavo se grabe en mi piel junto al dragón que cubre mi hombro. Momento que me hace sonreir y sentirme increiblemente bien.



Lo demás no cuenta mucho. Mi viaje se resume al final en una hora mágica dentro de una visita de unas 36 horas, aunque el resto no fuera malo, ni mucho menos. Al contar a las personas locales mi baño matutino, se reían, les parecía muy gracioso, pero me dijeron que había incumplido dos prohibiciones, una haberme bañado en el pantano en el que me bañé, y el segundo es haberlo hecho totalmente como mi madre me trajo al mundo. Y a mí todo esto, sabéis qué.... que me hace sentirme cada vez más vivo.

A seguir siendo felices.